Por: Clara
Luz Domínguez Amorín
“(…)
Si mis ojos te abandonaran, si la vida me desterrara a un rincón de la tierra,
yo te juro que voy a morirme de amor y de ganas, de andar tus calles, tus
barrios y tus lugares (…)”; “Habana, hermosa Habana, lindo es tu Prado, lindas
son tus calles, bello es tu mar (…)”; (…) Si no existieras, yo te inventaría
(…)”.
Poetas
y artistas, a través del tiempo, se han inspirado en nuestra azul ciudad para
derramar lirismo y sentimiento. Fayad Jamís, Gerardo Alfonso, Los Zafiros…
entre otros muchos, se dejaron
conquistar por la musa que emerge del mar y, como guardiana feroz, la custodia,
entonces, atrapados en la magia de sus contrastes, se rindieron ardientes a
regalarla con el mejor verbo nacido del corazón.
No
solo pensaban en la antigua Habana, la del casco histórico y antiquísima
hermosura, ni en las anchas avenidas de Miramar, ni en el disfrute del siempre
deseable y largo muro abrazador de las aguas del Caribe, a la vez, bañado por
ellas, (el Malecón o “sofá de la añoranza” como lo llamó un colega, quien se
declara su eterno enamorado), sino en cada barrio, callejuela, graffitti, pared
derrumbada, parque y solar…
Y
es que el embrujo irradiado por ella envuelve a hijos naturales y adoptivos,
pero también a foráneos, quienes al dejar su rastro en los andares, vuelven una
y otra vez a por más del hechizo.
Por
eso causa profundo dolor el ver descuido, indolencia, abandono; provoca pesar
contemplar a los que debieran además de amarla, protegerla y, sin embargo, tiran
basura por doquier, rompen bancos en los parques, escriben obscenidades en
paradas, vulgares graffitis en paredes, profanan monumentos, embadurnan
estatuas, arrancan flores y plantas, cuelgan jabas de basura en árboles cual
adornos de una sucia navidad…
También
enoja la dejadez y acomodamiento de algunas empresas e instituciones, las
cuales lejos de preservar la pulcritud y el cuidado para el bien común,
simplemente, con total despreocupación, abandonan calles rotas, salideros convertidos
en lagos, obras mal acabadas, donde al arreglar un desperfecto crean otros y es
mayor el daño causado que el beneficio.
Es
tiempo de tomar cartas en el asunto, despertar conciencias, aplicar serias
medidas si necesario fuera, mostrar el costo para el país de cada arreglo,
reparación, de cada ladrillo y bloque utilizado en la mejora del entorno y
educar en valorar el esfuerzo.
Es
tiempo de que cada obrero, trabajador, ama de casa…, en fin, cada individuo
residente o visitante en nuestra Habana, no solo clame su orgullo apasionado
por la dama vestida de añil, sino, además, la respete, vele por su suerte y la
defienda con nobleza combatiente en todos sus rincones.
Yo,
por mi parte, adoro su hidalguía palpitando en mis raíces, tanto, que solo el
aire aspirado en ella es aliciente para mis pulmones, por eso, haría todo para
vislumbrarla impecable. Que conste, amigo, ¡lo digo sin chovinismos!
Estas hecha toda una poetisa Clara, me gusta mucho, claro que si
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