sábado, 26 de julio de 2014

Ocaso en el camino de la existencia

Clara Luz Domínguez Amorín


“Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”
Ingmar Bergman
-¿¡Pero tú estás loca abuela!? Exclamaba el joven aferrado al auricular del teléfono. – ¡Eso no es asunto tuyo, estoy trabajando!... y cortó la comunicación.
Alexei es un excelente trabajador y compañero, alguien en quien se puede confiar, humano y comprensivo. Entonces… ¿qué le pasa con su abuela? Simple: No entiende la soledad que ella siente.
Me puse a recordar a aquella anciana que -no obstante tener hijos y nietos-, llevaba por compañía un perrito, a quien llamaba el camarada fiel. Sí, Peluso era su mundo y la llenaba de mimos y caricias como solo saben hacerlo los leales, mas, no fue suficiente, le faltó el abrazo cálido y agradecido de los suyos.
También, desde la añoranza, pienso en mi madre, a la cual desearía haber dedicado más tiempo, paciencia e, incluso, haberme regalado su presencia durante muchas horas de cada día. En ocasiones, pienso en cuán molesta le respondía: ¡Mamá, espera por favor!, sin que viniera a mi mente que su pronta ausencia sería irreparable.
Cuando nos damos cuenta… es tarde; pero estaba, como tantos, ab-sorbida por el diario trabajo y los quehaceres.
La tercera edad debe ser una época de descanso y reflexión, de tranquilo esparcimiento y cariño de los seres queridos, pero, lamentablemente, la mayor parte de las veces no sucede así.
En la edad avanzada se experimentan cambios físicos: problemas con la visión, disminuye la capacidad auditiva, comienzan los trastornos patológicos crónicos que nos debilitan e impiden participar en actividades que antes disfrutábamos, además de la pérdida de amigos en el camino de la existencia…
Por otro lado, la familia, ya no vive con ellos o, sencillamen-te, no los toman en cuenta, no escuchan sus opiniones, y el tiempo que les dedican es insignificante, sin calidez alguna.
Todo esto se convierte en carga pesada para el bienestar emocio-nal y la autoestima del adulto mayor. Así comienza la soledad, la tristeza, la apatía… Tras la jubilación, en el mejor de los casos, se convierten en cuidadores de nietos, -pero sin derecho a dar sugerencias-, y en “mandaderos”, esa tarea multioficio para quienes permanecen en el hogar.
Aunque existan algunos espacios recreativos para nuestros mayores, nunca serán suficientes. Además la base de la felicidad y de la autoestima está en el hogar y en cada uno de sus miembros debe prevalecer la consideración y el afecto.
“Escuchar es de sabios”, dice el refrán; pero debemos aprender a escuchar, entender a quienes peinan canas, aprovechar su sabiduría y experiencias, estimularlos, retornarles con verdadero amor, sus cuidados y preocupaciones.
No se trata de tratarlos cual niños, no lo son, sino de concederles el respeto que merecen, tomarlos en cuenta, consultarlos, aprender de ellos, hacerles sentir su valía. Ellos tienen un lugar primordial en la familia.
Cuando los desesperamos por el estrés de nuestro trabajo, los problemas y la prisa, debemos reflexionar en cómo nos gustaría ser tratados en el ocaso de la vida para recibir esa palabra cargada de amor y de aliento, la mano acogedora y el abrazo cariñoso que siempre nos gustaría sentir.