“… la fanfarria de
twitter, los gatos de facebook y los selfies de instagram son, en cierta manera, el gran carnaval veneciano de nuestra época”.
Por: Clara Luz Domínguez
Reside en el silencio absoluto. Sus
ojos no se apartan de la apacible pero fría pantalla. Las mejores
conversaciones quedan en la impersonalidad del chat. Incluso, estando cerca,
prefiere hablar a través de ese pequeño messenger
siempre atrapador.
No le interesa el papel de los
libros ni su cubierta, ese regodeo de pasar página tras página, sentir su olor
característico, tan disfrutable para quienes aprecian la insustituible lectura
impresa, no va con él. En su criterio lo digital es mejor y, por supuesto, más fácil
de adquirir.
Su mundo está lleno con Facebook,
Messenger y juegos, esto último en especial. Es incapaz de despegarse de la
magia, algo macabra, del monitor.
Socializar con los amigos en
persona, compartir una buena charla, risas, en fin, calor humano real, son rezagos
del pasado que no forman parte de su plan de ¿vida?
Únicamente sale de ese, su planeta,
cuando las exigencias del trabajo, o las necesidades cotidianas no dejan
alternativas.
Dominado por completo por la
tecnología, retorna en cuanto puede a sumergirse en ese mundo otro, donde solo
se escribe en chat, se escucha música, ruido de video-juegos, y nada más.
Las necesarias y agradables
tertulias de sobremesa, el intercambio cálido y afectuoso, directo, sin que
medie un impasible y falto de emociones vidrio, sencillamente dejaron de
existir, cree que para eso están los “mágicos emoticones”.
Se ha
probado que en la era de la mayor comunicación con el mundo existe una
disminución en el intercambio familiar, un empequeñecimiento de los círculos
sociales y un incremento de la depresión y la soledad. A mayor
uso de internet, peores efectos.
El avance tecnológico es positivo
para la humanidad, siempre y cuando lo sepamos utilizar. Sustituir el apego, el
abrazo, el intercambio real por lo virtual solo nos deja, al final, vacíos de
afectos, huraños e insatisfechos.