Por: Clara Luz Domínguez
En la Plaza de San Francisco de Asís en La Habana Vieja,
permanece sentado en un banco Federico Chopin, con la melancolía que supo
transmitir en su música y, a la vez, la curiosidad de mirar a los transeúntes
desde este hermoso lugar rodeado de historia de La Habana.
Con la vista gacha, la postura erguida pero cómoda, el brazo
derecho apoyado en el respaldo del banco mientras el otro descansa sobre las
piernas, los pies ligeramente cruzados… Percibimos los dedos largos que delatan
el oficio, el cabello peinado con esmero, y un halo de cierta tristeza en la mirada, quizás representativa
del espíritu profundamente romántico y enamorado que lo caracterizó en vida.

Muestra al gran músico en los últimos tiempos de su
existencia, cuando aún se mantenía trabajando, pero ya estaba enfermo. Se
cuenta que Mijak se basó en la
única foto de Chopin que se conserva, supuestamente tomada en 1849. Tuvo
como referencia, además, varios dibujos que lo captaran durante su último año.
Con estos ingredientes, el estudio de su creación y su personalidad, el músico
emergió nuevamente a la corporeidad, ahora en nuestra calurosa Habana.
Chopin murió con solo 39 años. Sin embargo, su
obra, fundamentalmente al piano, trasciende hasta el presente.
El poeta del piano contempla esta ciudad tan hermosa como su
música y revive con cada mirada o flor que se le entrega.
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