LA FAUNA HUMANA
Miguel
Carrandi Castro
La realidad política y social
de Cuba es un enigma para buena parte de los visitantes foráneos. Buscan en
esta nación un paradisíaco ambiente turístico, construido y cimentado por el
andamiaje publicitario. Playas, tabaco, ron y el divino color miel de las mulatas,
son los argumentos fundamentales de su motivación. Fuera de esos estímulos,
conocen muy poco sobre esta isla caribeña satanizada por los grandes medios de
comunicación masiva.
Algunos de los mencionados viajeros
llegan con la certeza de que la llave del Golfo es un país comandado por una
regia dictadura militar y autoritaria. Creen que sus habitantes viven presos en
sus confines geográficos y son víctimas de los excesos de quienes gobiernan a
punta de cañón.
Como toda mentira, el mito se
derrumba en poco tiempo. El turista, paranoico y temeroso en principio, observa
otra realidad muy distinta. Hace poco, una amiga mexicana me preguntó qué
opinión tenía sobre Cuba. Aturdido por la brusquedad de la interrogante, alegué
que vivía en el mejor país del mundo. Bastaron fracciones de segundos para
comprender que mi respuesta carecía de solidez, más, cuando quien la da- en
este caso yo- no cuenta con los elementos comparativos indispensables para
lanzar semejante sentencia.
Dispuesto a rectificar comencé
mi explicación: En Cuba la infancia no tiene otra preocupación más que estudiar,
sobre ellos no gravita la responsabilidad de contribuir a la economía familiar.
Se les ve sonrientes a la salida de la escuela. Corretean por las calles sin miedo
a ser secuestrados para materializar el oscuro trueque de inocencia por moneda.
No son acechados por expendedores de drogas, ni la amenaza de ser alcanzados
por una bala de trayectoria incierta.
Somos gente hospitalaria. El abismal contraste que muestra, en un mismo
entorno, la desmedida opulencia de algunos y la gris miseria de otros no existe
en Cuba, al menos no de manera tan notable. Las oportunidades de superación
personal no dependen de la billetera de papá que reúne centavo a centavo, con
disciplina de monje tibetano, para que el niño pueda asistir, cuando le llegue
el momento, a la Universidad.
Continué enumerando bondades de
nuestro sistema social. Sentía que podía estar toda la tarde hablando sin
parar, pero fui interrumpido por mi interlocutora. Otra nueva duda la asaltaba:
“Todo eso que dices es verdad, lo he podido constatar en el tiempo que llevo de
visita. Pero, si son manifestaciones tan evidentes, que cualquiera las percibe,
¿por qué hay cubanos que tienen otra visión del gobierno?” Buena pregunta,
supongo que tiene su respuesta en lo profundo de la naturaleza humana,
inconforme per se.
Sin ánimo de pretender
descubrir el agua tibia, diré que hay cuatro
tipos de cubanos: los que lo ven todo mal, esos a los que podría salvárseles la
vida en una operación a pecho abierto y aun así continuarían viendo solo
oscuridad y perfidia. En contraposición aparece el personaje para el que todo
está bien, suerte de ciego incapaz de vislumbrar que toda obra humana es
perfectible y por tanto apelar a una falsa impecabilidad es también una actitud
nociva. Ambas especies no abundan dentro del país, se han ido extinguiendo por
su anatomía poco razonable y su carácter privado de dialéctica.
Otros dos arquetipos conviven y
conforman la totalidad de la fauna pensante dentro del territorio nacional,
aportando entre las dos el mayor número de prosélitos. La primera, más
lúcida que los antes descritos, es
aquella que reconoce las virtudes de la
Revolución, pero percibe más pifias que éxitos en ella. Como el francotirador
que acecha a su objetivo desde la distancia, así andan detrás del más mínimo
desliz que aporte a su balanza subjetiva otro argumento inclinado hacia lo
negativo. Encuentran en cada desatino estatal un raro y vacío sabor a victoria.
Cierra el cuarteto otra
variedad, acaso la más iluminada. Son aquellos que lejos de regodearse con lo
mal hecho intentan transformarlo. Existen orgullosos de formar parte de un
pueblo valiente, que no responde a presiones externas de los poderosos y anda
por el mundo con la frente en alto. A este tipo de cubano le sangra el alma
ante la indolencia de esa fracción a la que parece no importarle medio siglo de
historia. En su báscula predomina la hermosura del acierto sobre la desilusión
y el yerro. Estos últimos son los imprescindibles. Espero que mi amiga mexicana
lo haya comprendido.
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