La acuarela de la vida
Por: Miguel Carrandi Castro
“Yo veo
el verde cuando tú me dices
una
palabra de esperanza.”
Jesús Orta Ruíz
La mayoría de los seres humanos un buen día pensamos que ya crecimos
suficiente. Empacamos la valija del alma con sonrisas, lágrimas y otros
pasaportes, para descubrir la vida despojados de tutela. En ese instante la
mirada vuelve atrás y repasa con nostalgia la inocencia de tiempos anteriores.
Pero esta, ya rezagada, da paso al espíritu ansioso por alzar vuelo hacia
desconocidos derroteros.
Creemos entonces que el mundo nos pertenece y, por tanto, se someterá a la
conformidad de nuestro antojo. Así comienza la travesía individual por las
avenidas de la existencia. Desandado sus entrecalles, tropezamos con la arcilla
que nos moldea como piezas únicas e irrepetibles: dolor, enfermedad, ausencia,
llanto, abrazos, amor, compañía, voluntad, estas y otras serán las herramientas utilizadas por el destino
para mostrarnos el valor de aquello verdaderamente importante.
Dos morrales aumentan considerablemente en peso y tamaño: uno carga
alegría, el otro tristeza. Ambos son necesarios. Resulta imposible ponderar en
justa medida la compañía cuando nunca la soledad ha tejido el velo de las
noches. También vienen los traspiés…, siempre ocurre. Pero el vigor de la
juventud los evade. Pasan los años y el pecho se agita cada vez más, cuesta
trabajo cicatrizar algunas heridas que no sangran, ¡pero como desgarran!
El cuerpo se va cansando con el devenir de las estaciones. En cada invierno
nuevo, una cuota de desengaño nos recuerda que no somos invencibles.
Conocedores de nuestras limitaciones naturales, la sosegada razón irá tomando
el control donde antes campeaba la pasión y el desenfreno.
Descubriremos que la vida tiene colores. Así es ella, llena toda de raras
gamas que la retocan haciéndola especial y misteriosa. En ocasiones se presenta
de un extraordinario azul celeste, como la sonrisa de un niño. Otras, muestra
el escarlata de la pasión. También suele vestirse con matices otoñales cuando
la desesperanza arrebata terreno a la ilusión y, en consecuencia, muere un
sueño bajo la oscura sombra de la cobardía.
No atreverse a vivir a plenitud, maniatar la energía creadora, entumecer el
cuerpo con inercia y silencio por temor a equivocarse, equivale a un error
imperdonable. Pero de los cobardes mejor no hablar, padecen del triste
daltonismo de quienes solo destilan cordura. Volvamos los tonos imposibles de
apreciar a simple vista. Esos que solo se revelan frente a la pupila del alma.
Los amigos también tienen matices: muestran el brillo limpio de aquello que
posee luz propia. Luminiscencia que, con acciones, eres responsable de
alimentar y celar.
En cambio, aquellos que solo simulan y vienen ataviados con falsas maneras
son eclipses ambulantes, seres intrascendentes que desaparecen y luego nadie recuerda.
Diferenciarlos constituye una tarea difícil, a la vez que imprescindible.
Durante el viaje lo comprenderemos: muchas manos ciñeron la nuestra, pero pocas
eran totalmente sinceras. No siempre,
aquel que la aprieta con más fuerza al estrecharla está dispuesto a desafiar
tiempo y distancia, para materializar el raro milagro de multiplicarse en otro
ser. Privilegio pregonado por muchos, pero reservado solo a aquellos que cultivan
la fraternidad en el resbaladizo terreno de la confianza.
Aprenderemos a divisar esa
paleta de colores que en la convulsión de la adolescencia resultó difícil
distinguir. Cada minuto es una nueva oportunidad para adornar tu universo
personal y el de quienes te rodean. Entrega sin recelo, recibe sin codicia,
elévate con humildad, avanza con la verdad como combustible y se feliz que la
vida es una acuarela.
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