Rafael Arzuaga
Daniel Figueredo no está al tanto de cómo le
va a Industriales en el Latinoamericano o acullá y posiblemente ni le importe demasiado
si el equipo Cuba tuvo un merecido o justo quinto puesto en el III Clásico
Mundial de Béisbol. Lo que sí tiene claro, y ha tenido a mal preocuparlo por
estas fechas, es los preceptos sobre los que descansa —ha descansado siempre— el
sistema deportivo cubano.
Gimnasta en su niñez, amante del fútbol desde
cuando en La Habana no se hablaba del Paris Saint Germain, el Chelsea o el
Galatasaray, la pelota le interesa en marcados momentos del año, esto es, en los
play offs, con la suerte azul en juego y, menos, a propósito del calendario de
la selección nacional allende los mares.
Tanto así que ahora parece un fanatismo, un absurdo
su ¿qué pasó con Víctor Mesa?, una
pregunta en apariencias huera, sin querer respuesta, pero en realidad cargada
de ironías e intertextos que, mucho más en la voz de un joven, perturban,
laceran, agreden.
(La escena objeto de su preocupación es harto
conocida. Desde la reanudación de la LII Serie Nacional las tertulias acerca de
béisbol comienzan y terminan con el nombre del director de Matanzas y el team Cuba, y su protesta, su mediatizada
expulsión en el primer partido de esta segunda fase, hasta en boca de los
turistas está).
¿Qué pasó
con Víctor Mesa? Así, áspero por
lacónico. Así, una, dos, tres veces al día. Nada
fue mi respuesta, tranquila, imperturbable, el miércoles 27 de marzo y en
muchas oportunidades siguientes. Nada fue
mi respuesta, triste e impotente también, la víspera. Pasó una semana, a la que sucedieron otros cinco días, y nada pasó,
agregué antes de susurrar, con tono sarcástico, él no tiene culpa alguna…, no hay que hacerle nada.
Así le hablé con la intención de responder una
socarronería a un sarcasmo. Así pienso yo, que puedo o no estar —y sí, estoy—
en desacuerdo con la actitud del manager ante un fallo arbitral desprovisto de
la advertencia que debió precederle. Así le hablé yo que, como usted, lector, puedo
querer tal penitencia pero no decido.
Lo que sí puedo —y a continuación expongo mi
exigencia— es querer consecuencia, valentía, sinceridad, transparencia…, los
preceptos sobre los que descansa —ha descansado siempre— el sistema deportivo
cubano. Sí puedo reclamar todos esos valores para el proceder de la Comisión
Nacional de Béisbol en este y todos los asuntos que le competen.
Al preguntarme, Daniel Figueredo, sus amigos
y otros vecinos no procuran mi opinión, tampoco, creo yo, quieren aturdirme porque, en contra de muchos de sus criterios,
siempre sostengo que algunos problemas de nuestra pelota trascienden la gestión
de la Comisión Nacional.
No. La interpreto cual cuestionamiento a la
impasibilidad, la inacción de la Comisión, que hace mucho ya debió comparecer
en los medios de difusión —están a disposición del pueblo y, encima, son
considerados “familia de la pelota” por el propio director del béisbol Higinio
Vélez—, debió dictar un edicto o suscribir un comunicado, debió dar la cara y
definir, dejar en blanco y negro su posición acerca del despropósito que
subvirtió el campeonato doméstico, tuvo daños colaterales (¿qué sino, fue la impasibilidad
e inacción de los árbitros en la jornada siguiente?) y desató reacciones varias
en toda Cuba.
¿Qué
pasó con Víctor Mesa? es otro cuestionamiento acerca de la autoridad, el
mando de la Comisión Nacional de Béisbol o la Federación, lo mismo es porque
ambas tienen el mismo presidente.
Y no sé por qué tanta insistencia. Debiéramos
estar acostumbrados, la verdad. La forma en que se trató la exclusión de Metropolitanos
y la aplicación de la actual e inefable estructura de la LII Serie, es un
ejemplo ejemplar, como diría un humorista, de la falta a los preceptos sobre
los que descansa —ha descansado siempre— el sistema deportivo cubano.
Al parecer, la Comisión o la Federación, sus directivos,
digo yo, tienen claro que el silencio es el lenguaje que menos compromete.
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