jueves, 9 de mayo de 2013

Las diferencias de Mayito…





… al amanecer, cuando las sombras lucen más oscuras que nunca…

Es justo cuando la aurora está a punto de llegar...

M.Bataille





Miguel Carrandi Castro
Mayito es diferente –decían los mayores acerca de aquel niño, a quien no parecía interesarle la técnica para bailar el trompo o la manera de ajustarle el frenillo a un papalote. Es cierto…, nunca lo vi hacer equipo en las entusiastas contiendas de balompié que congregaban a casi todos los muchachos del barrio, tampoco creo que haya experimentado jamás, la explosión de adrenalina que provoca el recorrido de una pelota de trapo tras un certero swing. Él, sentado en el contén frente a su casa, prefería mirar en silencio.
En realidad, de niño, nunca reparé en las mencionadas “diferencias”. Para la mayoría de nosotros Mayito simplemente no existía porque no jugaba al cuatro esquinas, ni dejaba la piel sobre el asfalto pilotando una chivichana. Era como un objeto decorativo ubicado en aquel pedazo de acera.
Fuimos creciendo y, contemporáneos al fin, compartimos aula en la escuela. Entonces comencé a notar que, efectivamente, aquel adolescente era distinto. En las tertulias que se hacían en el patio del colegio le apodaban “el aplicadito”, pues siempre al llegar saludaba a todos con una inusual educación. Esos mismos que hacían comentarios crueles sobre su emergente orientación sexual, luego se disputaban sus apuntes en período de exámenes, pues Mayito era el primero en el escalafón académico. Nunca entendí por qué ayudaba a quienes hacían de su vida escolar un infierno de burlas.
Un buen día dejamos de ser compañeros de estudios, pero no vecinos. Así que fui testigo de las constantes incitaciones de su padre, macho machista, para traer una noviecita a la casa. Mira a tu hermano Israel que no pierde tiempo –decía su progenitor esgrimiendo como virtud la consabida promiscuidad de su consanguíneo mayor. Estas exhortaciones, esporádicas al principio, se fueron convirtiendo en horribles exigencias que devinieron discusiones interminables. Tanto, que Mayito tuvo que abandonar el hogar e irse a vivir a casa de una tía materna.
Herminia, la madre, lo visitaba con frecuencia, pero nunca la escuche decir el nombre de quien compartía la alcoba de su hijo. Claro, era masculino y eso, supongo, dificultaba la pronunciación. “La pareja de Mayito” resultó esa la forma que encontró para someter la vergüenza provocada por la elección del menor de sus descendientes.
El tiempo pasó y demoré en volver a verlo. No fue hasta aquella fecha en que las promesas de una mejor vida en el Norte endulzaron los oídos de Israel. La ilegal travesía marítima no se hizo esperar y, el venerado Israel y su esposa, tomaron una decisión que implicaba dejar detrás a la pequeña Amanda.
Las desgracias parecían caer de golpe en aquella familia, pues el padre de Mayito, ya anciano, se fracturó la cadera y olvidó cómo andar sobre sus pies. Entonces, por esos caprichos de la vida, tocó a Mario regresar al lugar de donde salió maltratado; ocuparse de la convalecencia del viejo, lo que hizo hasta el último momento, y cuidar a la hija abandonada por su hermano. Herminia, añosa también, no podía sola con todo.
No faltaron los escépticos que rápidamente dudaron de la pertinencia de Mayito para la crianza de Amanda. “¿Qué ejemplo irá recibiendo esa criaturita mientras crece?” advertían, alarmados, los prejuiciados. Pero, ante sus ojos, vieron a la pequeña recibir el amor y la educación que su verdadero padre le negó.
Me fui del barrio y jamás supe de ese niño que miraba a los demás jugar desde el contén. El excelente estudiante. El joven educado que siempre saludaba, ese que compartía sus notas de clase con quienes lo injuriaban. El hombre que no se escondió para dar plenitud a sus sentimientos, buen hijo y mejor padre. Pero, sobre todo una buena persona.
¿Qué nos hace ser diferentes? Cada respuesta a esa interrogante está dentro de nosotros. Sin embargo, muchas veces exponemos una proyección de nuestras propias deficiencias y temores al no reconocer los valores de cada individuo, en su derecho a convertirse en el ser humano que desea ser.  Creo que al final aquellos que lo calificaban tenían razón. ¡Mayito era, por varias razones, mejor que muchos de nosotros!     
 

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