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al amanecer, cuando las sombras lucen más oscuras que nunca…
Es justo cuando la aurora está a punto de llegar...
Es justo cuando la aurora está a punto de llegar...
M.Bataille
Miguel Carrandi Castro
Mayito es diferente –decían los mayores acerca de
aquel niño, a quien no parecía interesarle la técnica para bailar el trompo o
la manera de ajustarle el frenillo a un papalote. Es cierto…, nunca lo vi hacer
equipo en las entusiastas contiendas de balompié que congregaban a casi todos
los muchachos del barrio, tampoco creo que haya experimentado jamás, la
explosión de adrenalina que provoca el recorrido de una pelota de trapo tras un
certero swing. Él, sentado en el contén frente a su casa, prefería mirar en silencio.
En realidad, de niño, nunca reparé en las
mencionadas “diferencias”. Para la mayoría de nosotros Mayito simplemente no
existía porque no jugaba al cuatro esquinas, ni dejaba la piel sobre el asfalto
pilotando una chivichana. Era como un objeto decorativo ubicado en aquel pedazo
de acera.
Fuimos creciendo y, contemporáneos al fin,
compartimos aula en la escuela. Entonces comencé a notar que, efectivamente,
aquel adolescente era distinto. En las tertulias que se hacían en el patio del
colegio le apodaban “el aplicadito”, pues siempre al llegar saludaba a todos
con una inusual educación. Esos mismos que hacían comentarios crueles sobre su
emergente orientación sexual, luego se disputaban sus apuntes en período de
exámenes, pues Mayito era el primero en el escalafón académico. Nunca entendí
por qué ayudaba a quienes hacían de su vida escolar un infierno de burlas.
Un buen día dejamos de ser compañeros de estudios,
pero no vecinos. Así que fui testigo de las constantes incitaciones de su padre,
macho machista, para traer una noviecita a la casa. Mira a tu hermano Israel
que no pierde tiempo –decía su progenitor esgrimiendo como virtud la consabida
promiscuidad de su consanguíneo mayor. Estas exhortaciones, esporádicas al
principio, se fueron convirtiendo en horribles exigencias que devinieron
discusiones interminables. Tanto, que Mayito tuvo que abandonar el hogar e irse
a vivir a casa de una tía materna.
Herminia, la madre, lo visitaba con frecuencia, pero
nunca la escuche decir el nombre de quien compartía la alcoba de su hijo. Claro,
era masculino y eso, supongo, dificultaba la pronunciación. “La pareja de
Mayito” resultó esa la forma que encontró para someter la vergüenza provocada
por la elección del menor de sus descendientes.
El tiempo pasó y demoré en volver a verlo. No fue
hasta aquella fecha en que las promesas de una mejor vida en el Norte
endulzaron los oídos de Israel. La ilegal travesía marítima no se hizo esperar
y, el venerado Israel y su esposa, tomaron una decisión que implicaba dejar
detrás a la pequeña Amanda.
Las desgracias parecían caer de golpe en aquella familia,
pues el padre de Mayito, ya anciano, se fracturó la cadera y olvidó cómo andar
sobre sus pies. Entonces, por esos caprichos de la vida, tocó a Mario regresar
al lugar de donde salió maltratado; ocuparse de la convalecencia del viejo, lo
que hizo hasta el último momento, y cuidar a la hija abandonada por su hermano.
Herminia, añosa también, no podía sola con todo.
No faltaron los escépticos que rápidamente dudaron
de la pertinencia de Mayito para la crianza de Amanda. “¿Qué ejemplo irá recibiendo
esa criaturita mientras crece?” advertían, alarmados, los prejuiciados. Pero,
ante sus ojos, vieron a la pequeña recibir el amor y la educación que su
verdadero padre le negó.
Me fui del barrio y jamás supe de ese niño que
miraba a los demás jugar desde el contén. El excelente estudiante. El joven
educado que siempre saludaba, ese que compartía sus notas de clase con quienes
lo injuriaban. El hombre que no se escondió para dar plenitud a sus
sentimientos, buen hijo y mejor padre. Pero, sobre todo una buena persona.
¿Qué nos hace ser diferentes? Cada respuesta a esa
interrogante está dentro de nosotros. Sin embargo, muchas veces exponemos una
proyección de nuestras propias deficiencias y temores al no reconocer los
valores de cada individuo, en su derecho a convertirse en el ser humano que
desea ser. Creo que al final aquellos
que lo calificaban tenían razón. ¡Mayito era, por varias razones, mejor que
muchos de nosotros!
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