Por Alexander A. Ricardo
Si se dice que en el negro no hay culpa aborigen ni virus que lo
inhabilite para desenvolver toda su alma de hombre, se dice la verdad, y
ha de decirse y demostrarse, porque la injusticia de este mundo es
mucha, y es mucha la ignorancia que pasa por sabiduría”... José Martí
Es precisamente en la historia donde están las respuestas a los por
qué, las huellas de lo que fuimos y el origen de lo que somos. Para
comprender la sociedad en que vivimos, hay temas que no pueden ser
ignorados, mucho menos cuando forman parte de nuestro pasado.
Los prejuicios y estereotipos negativos, la discriminación y el
racismo contra los no blancos, y en especial contra los negros, pasó de
la colonia a la república sin que se hubiese avanzado prácticamente nada
en su solución; a pesar de la amplia participación de los negros en las
batallas libradas por la independencia de la Isla.
El profesor e investigador titular de la Universidad de La Habana,
Esteban Morales, considera que para analizar la cuestión racial en Cuba
“es insoslayable tomar en consideración tres antecedentes de suma
importancia: primero, la esclavitud, con su amplia gama de
consecuencias, incluso psicológicas; segundo, el peso relevante que tuvo
el problema racial en lo económico, lo político, lo social, lo
ideológico, lo cultural y hasta lo demográfico, con el síndrome del
“miedo al negro” a partir de la revolución haitiana; y tercero, el largo
tiempo que transcurrió hasta la abolición de la esclavitud en 1886”.
Este hecho en específico, penúltimo acto de su naturaleza en el
hemisferio occidental, tuvo una marcada repercusión a corto y largo
plazos en la situación del negro en la sociedad cubana, lo cual se
refleja en los fuertes residuos de la herencia de una cultura racista,
que todavía golpea con fuerza.
Para Charles Davenport, un influyente genetista en tiempos de la
República, “los mulatos combinaban ambición con la insuficiencia
intelectual, lo que hace de ellos híbridos infelices propensos a romper
el orden social armónico”.
Con tal valoración, los racistas alertaban a los mulatos de que
todavía cuando estaban menos alejados de los blancos, ellos también eran
negros y, al mismo tiempo, nada confiables.
Es que para muchos blancos, con el problema de la “raza” lo que estaba
en juego era nada menos que el futuro cultural y racial de la Isla, pues
la gran tragedia de Cuba, según ellos, era su “africanización”
creciente; por tanto, África, que era una de las fuentes nutricias
principales de la identidad cubana, debía ser borrada del país física y
culturalmente.
A decir del profesor Morales, “definitivamente dos características
atribuidas a los no blancos por las ideologías raciales dominantes,
justificaban entonces el carácter indeseable del inmigrante antillano:
su supuesta propensión al crimen y la práctica de creencias religiosas
primitivas. Era el trasfondo, el racismo actuando”.
En la república neocolonial la discriminación racial no tiene
solución, pues se trata de una sociedad que se sustenta sobre un
desarrollo bipolar entre riqueza y pobreza. En ella la desi- gualdad es
necesaria, por lo que las clases dominantes utilizan la discriminación
como instrumento de poder, como complemento necesario de todo el
andamiaje económico, social y cultural, que les permite sostener sus
intereses.
La experiencia cubana hoy muestra claramente que no basta con acabar
con el régimen de explotación, como en tiempos de la República, para
liquidar el racismo. La historia no se puede cambiar, pero sí la manera
de analizarla y contarla. Es darle más “color” a esta y así mezclar
todas las tonalidades de origen y futuro.
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