Por: Clara Luz
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Era más perceptible la desidia que el aire acondicionado. El mostrador, donde se exhibían desde cárnicos hasta confituras, se hallaba solitario. No disponía de nadie para atender al cliente.
En verdad iba a comprar algo tan sencillo como una fosforera. Apremiaba el tiempo. El daño de la apatía no se puede calcular. Una sola empleada, con rostro agobiado, andaba lentamente de los artículos de ferretería a los de ropa y lencería. Iba de un extremo al otro repitiendo: “estoy sola con todo, y no conozco bien el manejo de esta sección”.
Los segundos corrían y se convirtieron en minutos. Pasados 30, la exasperación llegaba casi al límite, la espera se hacía interminable, pero, ¡al fin!, apareció con la fosforera.
Una escena diferente se desarrollaba en otro extremo de la tienda. Alguien pedía ver una sombrilla y preguntaba a la dependienta por su calidad, la respuesta recibida fue contundente: “¡¿Cómo voy a saber eso?!”
Cuando indolencia, grosería y mala cara hacen irrespirable el aire, en un lugar donde se atiende público -ya de hecho disgustado, agotado, pues en muchas ocasiones no encuentra lo que busca, por no existir variedad ni surtido-, el clima se convierte en intolerable e insolente para con el usuario.
Y vienen a la mente preguntas como: ¿por qué existen departamentos sin empleados?, ¿no hay personas capacitadas, con verdaderos deseos de ocupar esos puestos y además necesitados de un buen trabajo?, ¿no les enseñan que la cortesía es el respeto al pueblo?
En verdad iba a comprar algo tan sencillo como una fosforera. Apremiaba el tiempo. El daño de la apatía no se puede calcular. Una sola empleada, con rostro agobiado, andaba lentamente de los artículos de ferretería a los de ropa y lencería. Iba de un extremo al otro repitiendo: “estoy sola con todo, y no conozco bien el manejo de esta sección”.
Los segundos corrían y se convirtieron en minutos. Pasados 30, la exasperación llegaba casi al límite, la espera se hacía interminable, pero, ¡al fin!, apareció con la fosforera.
Una escena diferente se desarrollaba en otro extremo de la tienda. Alguien pedía ver una sombrilla y preguntaba a la dependienta por su calidad, la respuesta recibida fue contundente: “¡¿Cómo voy a saber eso?!”
Cuando indolencia, grosería y mala cara hacen irrespirable el aire, en un lugar donde se atiende público -ya de hecho disgustado, agotado, pues en muchas ocasiones no encuentra lo que busca, por no existir variedad ni surtido-, el clima se convierte en intolerable e insolente para con el usuario.
Y vienen a la mente preguntas como: ¿por qué existen departamentos sin empleados?, ¿no hay personas capacitadas, con verdaderos deseos de ocupar esos puestos y además necesitados de un buen trabajo?, ¿no les enseñan que la cortesía es el respeto al pueblo?
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