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Por: Clara Luz
La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos sino de lo que somos.
Pablo Neruda
Pablo Neruda
Muchos en el mundo actual se vuelcan por completo en la competitividad, el lujo, la frivolidad, la moda, el consumismo y la comodidad, confunden el tener y el ser, piensan que el éxito es la ausencia de deseos incumplidos y proclaman una existencia de vitrina. No hay medida lógica, racional ni cuantificable, para los buenos momentos: tampoco estos se pueden adquirir con dinero u ostentación.
Vacía está el alma de quien la nutre solo de cosas materiales. Los que permanecen en su zona de confort y acumulan comodidad personal y objetos, esos cuya primordial razón es tener más, en algún punto tropiezan con el desamparo de una pobreza espiritual irreparable.
Entre los perseguidores de lentejuelas vanas están los mencionados por Eduardo Galeano: “Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen”.
No se puede ser ingenuo, el dinero hace falta, pero de ahí a creer que es la llave para la felicidad hay gran trecho. La calidez que proporciona una amistad verdadera, el amor, la familia, la naturaleza, un buen libro, una pintura..., no se compra con toda la riqueza del planeta.
Perseguir un sueño, luchar por alcanzarlo, andar la vida bebiendo a sorbos los instantes para disfrutar mejor la sencillez de los detalles, alimenta la esencia. “No es verdad que las personas paran de perseguir sueños porque se hacen viejos, se hacen viejos porque paran de perseguir sus sueños”, expresó Gabriel García Márquez.
Hay que extender la mano amiga y el corazón abierto, mostrar solidaridad al prójimo sin mirar de soslayo la indumentaria o tratar de medir su economía. Dejar de lado lo superfluo y atrapar lo esencial nos hará respirar la vida.
A veces vemos a personas pobres con inmensas sonrisas y a otras, de bolsillos llenos, amargadas, pues las posesiones no implican satisfacción. Perseguir las utopías nos hace caminar, y en hacerlo está el sendero hacia la plenitud.
Vacía está el alma de quien la nutre solo de cosas materiales. Los que permanecen en su zona de confort y acumulan comodidad personal y objetos, esos cuya primordial razón es tener más, en algún punto tropiezan con el desamparo de una pobreza espiritual irreparable.
Entre los perseguidores de lentejuelas vanas están los mencionados por Eduardo Galeano: “Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen”.
No se puede ser ingenuo, el dinero hace falta, pero de ahí a creer que es la llave para la felicidad hay gran trecho. La calidez que proporciona una amistad verdadera, el amor, la familia, la naturaleza, un buen libro, una pintura..., no se compra con toda la riqueza del planeta.
Hay que extender la mano amiga y el corazón abierto, mostrar solidaridad al prójimo sin mirar de soslayo la indumentaria o tratar de medir su economía. Dejar de lado lo superfluo y atrapar lo esencial nos hará respirar la vida.
A veces vemos a personas pobres con inmensas sonrisas y a otras, de bolsillos llenos, amargadas, pues las posesiones no implican satisfacción. Perseguir las utopías nos hace caminar, y en hacerlo está el sendero hacia la plenitud.
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