Para los abuelos… amor

Por: Clara Luz Domínguez Amorín (tomado de Tribuna de La Habana)

Envejecer es como escalar una gran montaña: (…) la mirada es más libre, y la vista más amplia y serena.

Ingmar Bergman

Mi viejita, Isabel, ha pasado a sustituir en lo posible, dentro de la añoranza del alma, a mi madre perdida hace ya 7 años. Para desafiar la curiosidad de quienes arremeten contra las suegras, explicaré que tiene 85 años y es la abuela de mi hijo mayor, o sea, fue mi suegra, y yo, la adoro.

Pensaba en ella y en otras muchas personas de la tercera edad que nos rodean, son parte de nuestro diario andar, vecinos, amigos, familiares…, algunos con la suerte de una familia atenta; otros, en la soledad y, los más tristes, los incomprendidos por aquellos a quienes brindaron su existencia.

Los círculos de abuelos, universidad del adulto mayor y otras actividades diversas les propician mantenerlos activos y con buena salud mental, pero nada es capaz de suplir el calor de la familia.

Quienes olvidan a sus mayores, sin dedicarles una conversación, palabras atentas, cariño…, los convierten en un mueble más, un objeto a quien no hay que escuchar ni contar con él para nada, están, sencillamente, cultivando ante los ojos de sus descendientes una manera de obrar que les marcará el propio futuro.

Cuando somos jóvenes pensamos que la vejez está demasiado lejos y tardaremos mucho en peinar canas, pero, en verdad, tal circunstancia aguarda más presurosa de lo imaginado y nos alcanza.

Comportémonos con nuestros ancianos como nos gustaría ser tratados y queridos en el futuro. Respetemos su espacio, criterios…, rodeémosles de amor y atención, sin subestimarlos nunca.

Tienen mucha experiencia para dar, criterios sabios por compartir y, ante la calidez del abrazo, el dulzor de la palabra afectuosa, nos devuelven multiplicados en esa paciencia y devoción que solo ellos saben dar.