Había una vez... La Coubre
Por: Luis E. López Domínguez y Oscar Figueredo Reinaldo
Foto: Ismael Francisco
23 octubre 2013
Ante varias quejas recibidas en nuestra redacción y la vivencia personal de integrantes de nuestro colectivo, dos periodistas y un fotorreportero de Cubadebate se personaron hace unos días en la Terminal de Lista de Espera de La Coubre, en La Habana Vieja.
Un sujeto que parecía ser un “facilitador” de pasajeros, de esos que encuentras en La Habana y cobran al chofer por llenar su vehículo de personas, nos dio la bienvenida al lugar.
“¡Cien pesos hasta Camagüey!” —gritó cuando comenzamos a acercarnos.
Negando con la cabeza continuamos en busca de la entrada pero el hombre volvió a insistir. “¡Carro, camión, cien pesos hasta Camagüey!”.
Al ver que no le prestábamos atención, decidió interceptarnos.
“¿Qué les hace falta muchachos? Tengo pasaje para la ‘guagua’ pa´hora mismo” —mostró una «sonrisa felina» mientras se frotaba las manos—. “No gracias”, respondimos, mientras nos miramos sonriendo por la causa de nuestra presencia en ese lugar. No cabía la menor duda, la terminal La Coubre de La Habana Vieja no había cambiado desde nuestra primera visita.
Cuando entramos, todo permanecía igual que aquel día. En una primera ocasión como meros pasajeros, habíamos conversado con varias personas que esperaban el retorno a su hogar, el medio para visitar a su familia, o de ser posible, un milagro. Pero los rostros seguían calzando la misma expresión de cansancio. Una mezcla de colores, de generaciones, de pueblo, no escapaba a la vista. Como figuras de piedra, permanecían durante horas, sentados en sillas, en el suelo, apoyados en la pared, o dando vueltas como “zombis” a la espera de su turno.
Esta vez, teníamos previsto recopilar información visual de la terminal, hablar con las personas que solicitaban este servicio, y de ser posible, entrevistar a algún responsable. Sería una tarea fácil, “cosa de entrar y salir”. Al final, decidimos presentarnos en la administración en busca de algún directivo de La Coubre para informar de nuestra presencia.
Ya en el interior de la gran casona, conformada de cabillas de metal, tejas y casetas prefabricadas; nos parecía una terminal atrapada en Macondo, cuyo realismo mágico haría las delicias de García Márquez. Un mar de almas ansiosas convivía horas y horas sin saber de su partida. Todo indicaba que no podían acceder a la vía más rápida pero costosa, el alquiler de un transporte particular.
El interior estaba coloreado de un ambiente carnavalesco. Cuentapropistas arrastraban sus carromatos de confituras como si estuvieran a las afueras del coliseo de Roma. Un comercio estatal con no más que cigarros, vino, ron y algún que otro preparado de “pan con algo”.
A la espera del encargado de la terminal, nos enteramos que solo estaba el jefe de turno, y un tiempo después, dedujimos que estaba haciendo una tarea muy importante. Cuando por fin apareció, pasamos a explicarle el motivo de nuestra visita.
El hombre, con no más de cincuenta años, bien arreglado y de igual educación, nos advirtió que debíamos esperar en lo que se ponía en contacto con el centro de mando y nos explicó que de ahí es donde llaman al Ministerio de Transporte, o también al medio de prensa que representamos. Luego de varias llamadas por el teléfono celular, y negando por lo bajo al decir que no tenía cobertura, se perdió escaleras arriba para hacer la llamada desde un teléfono fijo.
En lo que nos adaptábamos a la apatía y el bullicio reinante en el lugar, notábamos las miradas acechantes de algunos trabajadores. Otros ojos nos veían de forma diferente, como aquellos que ven un claro de luz en un pozo de desesperanza.
Una mujer, sumergida en el llanto, pedía a gritos la atención de alguien. Al parecer, su viaje a Santiago de Cuba demoraba más de lo normal y no había persona en todo el lugar dispuesta a acabar con su sufrimiento o al menos regalarle un poco de esperanza en un intento súbito de consuelo.
De pronto, el jefe de turno hacía su entrada final. En medio del llanto de la mujer, procedió a darnos el “mate” como lo hiciera Capablanca en pocas jugadas. Resultó ser que no estaba “autorizado” a dejarnos hacer el reportaje, pues el Ministerio de Transporte tiene una directiva que indica que deben ser avisados con antelación sobre cualquier trabajo periodístico que se vaya a hacer en sus dominios.
La señora fue atendida, como dijera en una de sus canciones Arjona, “para bien o para mal”. Luego se perdió entre la multitud después de una breve charla con el jefe de turno.
Cuando reanudamos las “negociaciones”, el encargado del lugar solo se sintió “autorizado” para darnos los nombres y teléfonos de aquellos que teníamos que localizar para volver a intentar hacer nuestro trabajo. Entre una media mueca de alivio nos despidió diciéndonos que solo hacía su trabajo. Y como quien nos indica dónde está la puerta, nos ofreció su mano tomando una posición neutral en el asunto.
Nos marchamos del lugar, aún con algunas dudas de lo que pasa tras las puertas de la terminal La Coubre, pero con la certeza de volver “autorizados” y descubrir más misterios en un próximo trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios son con democracia, cualquiera que visite el blog puede comentar, serán respetados los criterios y no se borrarán, solo no se admitirán palabras groseras y ofensivas.