Para los soñadores, los locos divinos que aman la verdad, los descubridores de utopias
jueves, 25 de octubre de 2012
lunes, 22 de octubre de 2012
Capítulo Cubano: Cubanos por el mundo opinan sobre la reforma migra...
Capítulo Cubano: Cubanos por el mundo opinan sobre la reforma migra...: Aeropuerto internacional José Martí (FOTO: Vincenzo Basile) Por Vincenzo Basile (Capítulo Cubano) Durante estos días se ha especulado ...
Fidel Castro está agonizando | Tribuna de La Habana
Muchos pensaban que había muerto el líder de la Revolución cubana, otros inventaron mil historias que contaban de su agonía en las últimas horas.. bueno para todos los que aún dudan aquí está..
Fidel Castro está agonizando | Tribuna de La Habana
lunes, 15 de octubre de 2012
Por amor a una dama añil
-->
Por: Clara
Luz Domínguez Amorín
Por: Clara
Luz Domínguez Amorín
“(…)
Si mis ojos te abandonaran, si la vida me desterrara a un rincón de la tierra,
yo te juro que voy a morirme de amor y de ganas, de andar tus calles, tus
barrios y tus lugares (…)”; “Habana, hermosa Habana, lindo es tu Prado, lindas
son tus calles, bello es tu mar (…)”; (…) Si no existieras, yo te inventaría
(…)”.
Poetas
y artistas, a través del tiempo, se han inspirado en nuestra azul ciudad para
derramar lirismo y sentimiento. Fayad Jamís, Gerardo Alfonso, Los Zafiros…
entre otros muchos, se dejaron
conquistar por la musa que emerge del mar y, como guardiana feroz, la custodia,
entonces, atrapados en la magia de sus contrastes, se rindieron ardientes a
regalarla con el mejor verbo nacido del corazón.
No
solo pensaban en la antigua Habana, la del casco histórico y antiquísima
hermosura, ni en las anchas avenidas de Miramar, ni en el disfrute del siempre
deseable y largo muro abrazador de las aguas del Caribe, a la vez, bañado por
ellas, (el Malecón o “sofá de la añoranza” como lo llamó un colega, quien se
declara su eterno enamorado), sino en cada barrio, callejuela, graffitti, pared
derrumbada, parque y solar…
Y
es que el embrujo irradiado por ella envuelve a hijos naturales y adoptivos,
pero también a foráneos, quienes al dejar su rastro en los andares, vuelven una
y otra vez a por más del hechizo.
Por
eso causa profundo dolor el ver descuido, indolencia, abandono; provoca pesar
contemplar a los que debieran además de amarla, protegerla y, sin embargo, tiran
basura por doquier, rompen bancos en los parques, escriben obscenidades en
paradas, vulgares graffitis en paredes, profanan monumentos, embadurnan
estatuas, arrancan flores y plantas, cuelgan jabas de basura en árboles cual
adornos de una sucia navidad…
También
enoja la dejadez y acomodamiento de algunas empresas e instituciones, las
cuales lejos de preservar la pulcritud y el cuidado para el bien común,
simplemente, con total despreocupación, abandonan calles rotas, salideros convertidos
en lagos, obras mal acabadas, donde al arreglar un desperfecto crean otros y es
mayor el daño causado que el beneficio.
Es
tiempo de tomar cartas en el asunto, despertar conciencias, aplicar serias
medidas si necesario fuera, mostrar el costo para el país de cada arreglo,
reparación, de cada ladrillo y bloque utilizado en la mejora del entorno y
educar en valorar el esfuerzo.
Es
tiempo de que cada obrero, trabajador, ama de casa…, en fin, cada individuo
residente o visitante en nuestra Habana, no solo clame su orgullo apasionado
por la dama vestida de añil, sino, además, la respete, vele por su suerte y la
defienda con nobleza combatiente en todos sus rincones.
Yo,
por mi parte, adoro su hidalguía palpitando en mis raíces, tanto, que solo el
aire aspirado en ella es aliciente para mis pulmones, por eso, haría todo para
vislumbrarla impecable. Que conste, amigo, ¡lo digo sin chovinismos!
lunes, 8 de octubre de 2012
lunes, 1 de octubre de 2012
LA FAUNA HUMANA
Miguel
Carrandi Castro
La realidad política y social
de Cuba es un enigma para buena parte de los visitantes foráneos. Buscan en
esta nación un paradisíaco ambiente turístico, construido y cimentado por el
andamiaje publicitario. Playas, tabaco, ron y el divino color miel de las mulatas,
son los argumentos fundamentales de su motivación. Fuera de esos estímulos,
conocen muy poco sobre esta isla caribeña satanizada por los grandes medios de
comunicación masiva.
Algunos de los mencionados viajeros
llegan con la certeza de que la llave del Golfo es un país comandado por una
regia dictadura militar y autoritaria. Creen que sus habitantes viven presos en
sus confines geográficos y son víctimas de los excesos de quienes gobiernan a
punta de cañón.
Como toda mentira, el mito se
derrumba en poco tiempo. El turista, paranoico y temeroso en principio, observa
otra realidad muy distinta. Hace poco, una amiga mexicana me preguntó qué
opinión tenía sobre Cuba. Aturdido por la brusquedad de la interrogante, alegué
que vivía en el mejor país del mundo. Bastaron fracciones de segundos para
comprender que mi respuesta carecía de solidez, más, cuando quien la da- en
este caso yo- no cuenta con los elementos comparativos indispensables para
lanzar semejante sentencia.
Dispuesto a rectificar comencé
mi explicación: En Cuba la infancia no tiene otra preocupación más que estudiar,
sobre ellos no gravita la responsabilidad de contribuir a la economía familiar.
Se les ve sonrientes a la salida de la escuela. Corretean por las calles sin miedo
a ser secuestrados para materializar el oscuro trueque de inocencia por moneda.
No son acechados por expendedores de drogas, ni la amenaza de ser alcanzados
por una bala de trayectoria incierta.
Somos gente hospitalaria. El abismal contraste que muestra, en un mismo
entorno, la desmedida opulencia de algunos y la gris miseria de otros no existe
en Cuba, al menos no de manera tan notable. Las oportunidades de superación
personal no dependen de la billetera de papá que reúne centavo a centavo, con
disciplina de monje tibetano, para que el niño pueda asistir, cuando le llegue
el momento, a la Universidad.
Continué enumerando bondades de
nuestro sistema social. Sentía que podía estar toda la tarde hablando sin
parar, pero fui interrumpido por mi interlocutora. Otra nueva duda la asaltaba:
“Todo eso que dices es verdad, lo he podido constatar en el tiempo que llevo de
visita. Pero, si son manifestaciones tan evidentes, que cualquiera las percibe,
¿por qué hay cubanos que tienen otra visión del gobierno?” Buena pregunta,
supongo que tiene su respuesta en lo profundo de la naturaleza humana,
inconforme per se.
Sin ánimo de pretender
descubrir el agua tibia, diré que hay cuatro
tipos de cubanos: los que lo ven todo mal, esos a los que podría salvárseles la
vida en una operación a pecho abierto y aun así continuarían viendo solo
oscuridad y perfidia. En contraposición aparece el personaje para el que todo
está bien, suerte de ciego incapaz de vislumbrar que toda obra humana es
perfectible y por tanto apelar a una falsa impecabilidad es también una actitud
nociva. Ambas especies no abundan dentro del país, se han ido extinguiendo por
su anatomía poco razonable y su carácter privado de dialéctica.
Otros dos arquetipos conviven y
conforman la totalidad de la fauna pensante dentro del territorio nacional,
aportando entre las dos el mayor número de prosélitos. La primera, más
lúcida que los antes descritos, es
aquella que reconoce las virtudes de la
Revolución, pero percibe más pifias que éxitos en ella. Como el francotirador
que acecha a su objetivo desde la distancia, así andan detrás del más mínimo
desliz que aporte a su balanza subjetiva otro argumento inclinado hacia lo
negativo. Encuentran en cada desatino estatal un raro y vacío sabor a victoria.
Cierra el cuarteto otra
variedad, acaso la más iluminada. Son aquellos que lejos de regodearse con lo
mal hecho intentan transformarlo. Existen orgullosos de formar parte de un
pueblo valiente, que no responde a presiones externas de los poderosos y anda
por el mundo con la frente en alto. A este tipo de cubano le sangra el alma
ante la indolencia de esa fracción a la que parece no importarle medio siglo de
historia. En su báscula predomina la hermosura del acierto sobre la desilusión
y el yerro. Estos últimos son los imprescindibles. Espero que mi amiga mexicana
lo haya comprendido.
La acuarela de la vida
Por: Miguel Carrandi Castro
“Yo veo
el verde cuando tú me dices
una
palabra de esperanza.”
Jesús Orta Ruíz
La mayoría de los seres humanos un buen día pensamos que ya crecimos
suficiente. Empacamos la valija del alma con sonrisas, lágrimas y otros
pasaportes, para descubrir la vida despojados de tutela. En ese instante la
mirada vuelve atrás y repasa con nostalgia la inocencia de tiempos anteriores.
Pero esta, ya rezagada, da paso al espíritu ansioso por alzar vuelo hacia
desconocidos derroteros.
Creemos entonces que el mundo nos pertenece y, por tanto, se someterá a la
conformidad de nuestro antojo. Así comienza la travesía individual por las
avenidas de la existencia. Desandado sus entrecalles, tropezamos con la arcilla
que nos moldea como piezas únicas e irrepetibles: dolor, enfermedad, ausencia,
llanto, abrazos, amor, compañía, voluntad, estas y otras serán las herramientas utilizadas por el destino
para mostrarnos el valor de aquello verdaderamente importante.
Dos morrales aumentan considerablemente en peso y tamaño: uno carga
alegría, el otro tristeza. Ambos son necesarios. Resulta imposible ponderar en
justa medida la compañía cuando nunca la soledad ha tejido el velo de las
noches. También vienen los traspiés…, siempre ocurre. Pero el vigor de la
juventud los evade. Pasan los años y el pecho se agita cada vez más, cuesta
trabajo cicatrizar algunas heridas que no sangran, ¡pero como desgarran!
El cuerpo se va cansando con el devenir de las estaciones. En cada invierno
nuevo, una cuota de desengaño nos recuerda que no somos invencibles.
Conocedores de nuestras limitaciones naturales, la sosegada razón irá tomando
el control donde antes campeaba la pasión y el desenfreno.
Descubriremos que la vida tiene colores. Así es ella, llena toda de raras
gamas que la retocan haciéndola especial y misteriosa. En ocasiones se presenta
de un extraordinario azul celeste, como la sonrisa de un niño. Otras, muestra
el escarlata de la pasión. También suele vestirse con matices otoñales cuando
la desesperanza arrebata terreno a la ilusión y, en consecuencia, muere un
sueño bajo la oscura sombra de la cobardía.
No atreverse a vivir a plenitud, maniatar la energía creadora, entumecer el
cuerpo con inercia y silencio por temor a equivocarse, equivale a un error
imperdonable. Pero de los cobardes mejor no hablar, padecen del triste
daltonismo de quienes solo destilan cordura. Volvamos los tonos imposibles de
apreciar a simple vista. Esos que solo se revelan frente a la pupila del alma.
Los amigos también tienen matices: muestran el brillo limpio de aquello que
posee luz propia. Luminiscencia que, con acciones, eres responsable de
alimentar y celar.
En cambio, aquellos que solo simulan y vienen ataviados con falsas maneras
son eclipses ambulantes, seres intrascendentes que desaparecen y luego nadie recuerda.
Diferenciarlos constituye una tarea difícil, a la vez que imprescindible.
Durante el viaje lo comprenderemos: muchas manos ciñeron la nuestra, pero pocas
eran totalmente sinceras. No siempre,
aquel que la aprieta con más fuerza al estrecharla está dispuesto a desafiar
tiempo y distancia, para materializar el raro milagro de multiplicarse en otro
ser. Privilegio pregonado por muchos, pero reservado solo a aquellos que cultivan
la fraternidad en el resbaladizo terreno de la confianza.
Aprenderemos a divisar esa
paleta de colores que en la convulsión de la adolescencia resultó difícil
distinguir. Cada minuto es una nueva oportunidad para adornar tu universo
personal y el de quienes te rodean. Entrega sin recelo, recibe sin codicia,
elévate con humildad, avanza con la verdad como combustible y se feliz que la
vida es una acuarela.
El recorrido
triste de un corcho
Por: Miguel Carrandi Castro
Vivo en la punta de una loma. Inclinación urbana
que, en mis años de infancia, fue el circuito competitivo donde se
materializaron memorables torneos de chivichana entre los muchachos de la zona.
Todos los días llegaban niños de cualquier parte con sus rústicas escuderías al
hombro, dispuestos a demostrar sus habilidades cuesta abajo. A cualquier hora
se escuchaba el contagioso chirrido de las cajas de bolas haciendo tajos en el
asfalto. La Fuerza de Gravedad proporcionaba el necesario combustible a las
armazones de madera y metal por lo que una vez terminada la travesía recorríamos
el camino de vuelta a la cima para comenzar otro aventurero viaje. Así era siempre,
salvo cuando llovía, pues resultaba muy difícil tripular aquellos mágicos
artefactos sobre el pavimento mojado.
Entonces teníamos otro juego que seguramente más de
uno en mi barrio recuerda con agrado ¡Las carreras de corchos! Entre la acera y
la calle una profunda zanja devenía rio artificial por donde navegaban las
mencionadas cortezas flotantes, no importa si de una botella de refresco, vino
o jarabe. Todos teníamos un tarugo de esos guardado para la ocasión y por
increíble que parezca había algunos emblemáticos por su rápido desplazamiento y
capacidad para sortear obstáculos.
Ya nada en la loma de mi infancia es igual. Las
chivichanas parecen no despertar el mismo interés en las nuevas generaciones y ¡qué
decir de las carreras de corchos! Los más jóvenes sólo han escuchado a los de
mi generación hablar de ellas con nostálgica añoranza. La zanja sigue ahí, en
el mismo lugar, y corchos que floten hay por doquier. Por mi parte conservo aún
aquel tapón sintético que tantos buenos momentos me regaló, aunque creo que
nunca más lo usaré con ese fin. Mas, si algo aprendí de aquella sana recreación,
es que no en todos los casos el más adelantado se erige ganador.
Hay hombres y mujeres con espíritu de corcho. Van
por la vida flotando a donde la corriente los lleve, no interesa si el rumbo
tiene que variar de manera radical. Lo importante es navegar. Estos monigotes
del viento se caracterizan por sonreír siempre hacia arriba. Los identifica una
rara habilidad para estar de acuerdo: como si su cuello estuviera equipado por
un extraño resorte que provoca en su cabeza el eterno movimiento afirmativo. Son
seres de proceder impredecible, pues su falta de criterio los convierte en
marionetas de titiriteros anónimos, aunque a veces todo el mundo sabe quien mueve
los hilos.
Sufren de peligrosos trastornos de identidad: unos
cuando hablan contigo y otros cuando lo hacen de ti. Poseen un don para cambiar
el pasado: ayer los viste actuar de una manera y ya hoy eso nunca sucedió. Por
regla general padecen de pérdida de memoria y, cuando la soga se aprieta un
poco, aplican la técnica de: “donde dije digo, digo Diego”.
El propio Dante Alighieri no podría ubicar sus almas
en ninguno de los círculos del infierno, pues sus acciones los acomodan en
cualquiera estrato de esa geografía. Supongo que hasta para el propio demonio
debe ser incómodo tener un secuaz que, invariablemente, dice sí a todo.
Como lobos con trajes de oveja cortados a la medida,
crecen bajo el manto de oportunismo dejando en el camino una larga estera de
excesos. Para satisfacción de la mayoría en algún momento la zanja se seca o su
vertiginosa y desbocada carrerita de corcho se ve trunca por una piedra que
interrumpe su avance. En ese punto los devora el olvido, ocupan el oscuro espacio de lo intrascendente
porque su escalada no estuvo mediada por el talento. Simplemente fue la
hija huérfana de las circunstancias.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)