Por:
Alexander A. Ricardo
El matemático y geómetra griego Euclides ya hablaba de ellos: Los
cuadrados. En su obra cumbre, Los elementos, estudió sus características
y propiedades. Línea a línea y ángulo a ángulo logró “cuadrar la caja”.
El Padre de la Geometría, y del dolor de cabeza en muchos
estudiantes, describió al cuadrado como: “un paralelogramo que tiene sus
cuatro lados iguales y los ángulos rectos. Posee cuatro ejes de
simetría e igual número de vértices y aristas”.
Definición hecha a la medida; a la de antes de nuestra Era.
Corriendo el riesgo de que me tilden de “mente cateto” o “hijo de hipotenusa”, discrepo con la caracterización del erudito.
El cuadrado es eso y algo más. O menos. Lo confieso. La geometría es
mi débil. Para mí es una peculiar figura. Un 4x4. Un todoterrenos.
Muy a menudo se camufla tras una camisa geométricamente acorde a sus
ideas. Su cerebro da giros de 360º. Le encanta ver la luna en cuarto
menguante.
Cuadro a cuadro transita cuadra por cuadra. Siempre recto,
inamovible, raso. Jamás sobrepasa las líneas de “lo establecido”. Es
como el fósforo. Una vez fuera de su estrecha cajita, no le funciona la
cabeza.
Pasa el tiempo libre haciendo crucigramas, jugando Tetris o con los
cubiletes. Esto, después de haber acuñado burocráticas cantidades de
papeles en formato A4.
Su área, en las matemáticas, es A=L². En la sociedad no tiene sitio ni perímetro fijos.
Multifuncional. Habita, sin apuros, en la taquilla de una terminal.
Atrincherado en su viciado buró. Obstinado, detrás del mostrador en
aquella cafetería, precisa a sus clientes:
–Entonces, ¿por fin, qué van a consumir?
–Un espagueti napolitano y otro con jamón, por favor.
–Napolitanos no hay. Los que tenemos son con jamón.
–Está bien. Tráenos dos así. Luego yo me encargo de quitarle el jamón al mío.
–Ah, eso es otra cosa. De esa forma no hay lío.
Guarda su papelito, tamaño bolsillo, exhibe su sonrisa “giocóndica”.
El típico cuadrado tiene el don de la rectitud. Solo deja de tirar
rectas duras, para lanzar una buena curva. Su repertorio es corto, pero
efectivo. Un buen número han sido los ponchados.
Es de estos tipos que ven la vida en fotogramas. Su actitud parcelada
le permite localizar trabas donde otros buscan soluciones. No necesita
mucho espacio. Parado en una baldosa es capaz de hacerte caminar varios
kilómetros por esa mancha azul-morada llamada cuño.
Por muy larga que lleves tu bermuda, aun rozándote los tobillos, no
te dejará pasar a hacer una simple pregunta. El reglamento es así. Mitad
regla y mitad lamento. Mejor no tropezárnoslo en su versión cubo. Si
con una cara son difíciles, seis podrían dejarnos en un cuadro clínico
delicado.
Esto me ha hecho mirar con mucho recelo la geometría toda mi vida.
Antes de cada prueba me preguntaba qué daño le había hecho a los griegos
para que mi cabeza se pusiera como un óvalo, diera vueltas en círculos y
no triangulara una idea.
Eso sí, cuando tenga un hijo y le gusten más los teoremas que las
reglas ortográficas, me encargaré de aconsejarlo sobre el mundo de las
medidas, espacios y planos. Es traumático estar en el último ejercicio
de la prueba, el profesor recordándote el tiempo para recoger y tú
fajado con ese cuadrado sin hallarle solución.
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