lunes, 15 de octubre de 2012

Por amor a una dama añil

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Por: Clara Luz Domínguez Amorín

“(…) Si mis ojos te abandonaran, si la vida me desterrara a un rincón de la tierra, yo te juro que voy a morirme de amor y de ganas, de andar tus calles, tus barrios y tus lugares (…)”; “Habana, hermosa Habana, lindo es tu Prado, lindas son tus calles, bello es tu mar (…)”; (…) Si no existieras, yo te inventaría (…)”.
Poetas y artistas, a través del tiempo, se han inspirado en nuestra azul ciudad para derramar lirismo y sentimiento. Fayad Jamís, Gerardo Alfonso, Los Zafiros… entre otros muchos,  se dejaron conquistar por la musa que emerge del mar y, como guardiana feroz, la custodia, entonces, atrapados en la magia de sus contrastes, se rindieron ardientes a regalarla con el mejor verbo nacido del corazón.
No solo pensaban en la antigua Habana, la del casco histórico y antiquísima hermosura, ni en las anchas avenidas de Miramar, ni en el disfrute del siempre deseable y largo muro abrazador de las aguas del Caribe, a la vez, bañado por ellas, (el Malecón o “sofá de la añoranza” como lo llamó un colega, quien se declara su eterno enamorado), sino en cada barrio, callejuela, graffitti, pared derrumbada, parque y solar…
Y es que el embrujo irradiado por ella envuelve a hijos naturales y adoptivos, pero también a foráneos, quienes al dejar su rastro en los andares, vuelven una y otra vez a por más del hechizo.
Por eso causa profundo dolor el ver descuido, indolencia, abandono; provoca pesar contemplar a los que debieran además de amarla, protegerla y, sin embargo, tiran basura por doquier, rompen bancos en los parques, escriben obscenidades en paradas, vulgares graffitis en paredes, profanan monumentos, embadurnan estatuas, arrancan flores y plantas, cuelgan jabas de basura en árboles cual adornos de una sucia navidad…
También enoja la dejadez y acomodamiento de algunas empresas e instituciones, las cuales lejos de preservar la pulcritud y el cuidado para el bien común, simplemente, con total despreocupación, abandonan calles rotas, salideros convertidos en lagos, obras mal acabadas, donde al arreglar un desperfecto crean otros y es mayor el daño causado que el beneficio.
Es tiempo de tomar cartas en el asunto, despertar conciencias, aplicar serias medidas si necesario fuera, mostrar el costo para el país de cada arreglo, reparación, de cada ladrillo y bloque utilizado en la mejora del entorno y educar en valorar el esfuerzo.
Es tiempo de que cada obrero, trabajador, ama de casa…, en fin, cada individuo residente o visitante en nuestra Habana, no solo clame su orgullo apasionado por la dama vestida de añil, sino, además, la respete, vele por su suerte y la defienda con nobleza combatiente en todos sus rincones.
Yo, por mi parte, adoro su hidalguía palpitando en mis raíces, tanto, que solo el aire aspirado en ella es aliciente para mis pulmones, por eso, haría todo para vislumbrarla impecable. Que conste, amigo, ¡lo digo sin chovinismos!


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