lunes, 1 de octubre de 2012

La acuarela de la vida

Por: Miguel Carrandi Castro

“Yo veo el verde cuando tú me dices
una palabra de esperanza.”
Jesús  Orta Ruíz

La mayoría de los seres humanos un buen día pensamos que ya crecimos suficiente. Empacamos la valija del alma con sonrisas, lágrimas y otros pasaportes, para descubrir la vida despojados de tutela. En ese instante la mirada vuelve atrás y repasa con nostalgia la inocencia de tiempos anteriores. Pero esta, ya rezagada, da paso al espíritu ansioso por alzar vuelo hacia desconocidos derroteros. 
Creemos entonces que el mundo nos pertenece y, por tanto, se someterá a la conformidad de nuestro antojo. Así comienza la travesía individual por las avenidas de la existencia. Desandado sus entrecalles, tropezamos con la arcilla que nos moldea como piezas únicas e irrepetibles: dolor, enfermedad, ausencia, llanto, abrazos, amor, compañía, voluntad, estas y otras serán  las herramientas utilizadas por el destino para mostrarnos el valor de aquello verdaderamente importante.  
Dos morrales aumentan considerablemente en peso y tamaño: uno carga alegría, el otro tristeza. Ambos son necesarios. Resulta imposible ponderar en justa medida la compañía cuando nunca la soledad ha tejido el velo de las noches. También vienen los traspiés…, siempre ocurre. Pero el vigor de la juventud los evade. Pasan los años y el pecho se agita cada vez más, cuesta trabajo cicatrizar algunas heridas que no sangran, ¡pero como desgarran!
El cuerpo se va cansando con el devenir de las estaciones. En cada invierno nuevo, una cuota de desengaño nos recuerda que no somos invencibles. Conocedores de nuestras limitaciones naturales, la sosegada razón irá tomando el control donde antes campeaba la pasión y el desenfreno.       
Descubriremos que la vida tiene colores. Así es ella, llena toda de raras gamas que la retocan haciéndola especial y misteriosa. En ocasiones se presenta de un extraordinario azul celeste, como la sonrisa de un niño. Otras, muestra el escarlata de la pasión. También suele vestirse con matices otoñales cuando la desesperanza arrebata terreno a la ilusión y, en consecuencia, muere un sueño bajo la oscura sombra de la cobardía.
No atreverse a vivir a plenitud, maniatar la energía creadora, entumecer el cuerpo con inercia y silencio por temor a equivocarse, equivale a un error imperdonable. Pero de los cobardes mejor no hablar, padecen del triste daltonismo de quienes solo destilan cordura. Volvamos los tonos imposibles de apreciar a simple vista. Esos que solo se revelan frente a la pupila del alma.
Los amigos también tienen matices: muestran el brillo limpio de aquello que posee luz propia. Luminiscencia que, con acciones, eres responsable de alimentar y celar.
En cambio, aquellos que solo simulan y vienen ataviados con falsas maneras son eclipses ambulantes, seres intrascendentes que desaparecen y luego nadie recuerda. Diferenciarlos constituye una tarea difícil, a la vez que imprescindible. Durante el viaje lo comprenderemos: muchas manos ciñeron la nuestra, pero pocas eran  totalmente sinceras. No siempre, aquel que la aprieta con más fuerza al estrecharla está dispuesto a desafiar tiempo y distancia, para materializar el raro milagro de multiplicarse en otro ser. Privilegio pregonado por muchos, pero reservado solo a aquellos que cultivan la fraternidad en el resbaladizo terreno de la confianza.
Aprenderemos a divisar esa paleta de colores que en la convulsión de la adolescencia resultó difícil distinguir. Cada minuto es una nueva oportunidad para adornar tu universo personal y el de quienes te rodean. Entrega sin recelo, recibe sin codicia, elévate con humildad, avanza con la verdad como combustible y se feliz que la vida es una acuarela.           

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