sábado, 15 de marzo de 2014

Todos iguales, iguales todos

Por:

Alexander A. Ricardo

El matemático y geómetra griego Euclides ya hablaba de ellos: Los cuadrados. En su obra cumbre, Los elementos, estudió sus características y propiedades. Línea a línea y ángulo a ángulo logró “cuadrar la caja”.
El Padre de la Geometría, y del dolor de cabeza en muchos estudiantes, describió al cuadrado como: “un paralelogramo que tiene sus cuatro lados iguales y los ángulos rectos. Posee cuatro ejes de simetría e igual número de vértices y aristas”.
Definición hecha a la medida; a la de antes de nuestra Era.
Corriendo el riesgo de que me tilden de “mente cateto” o “hijo de hipotenusa”, discrepo con la caracterización del erudito.
El cuadrado es eso y algo más. O menos. Lo confieso. La geometría es mi débil. Para mí es una peculiar figura. Un 4x4. Un todoterrenos.
Muy a menudo se camufla tras una camisa geométricamente acorde a sus ideas. Su cerebro da giros de 360º. Le encanta ver la luna en cuarto menguante.
Cuadro a cuadro transita cuadra por cuadra. Siempre recto, inamovible, raso. Jamás sobrepasa las líneas de “lo establecido”. Es como el fósforo. Una vez fuera de su estrecha cajita, no le funciona la cabeza.
Pasa el tiempo libre haciendo crucigramas, jugando Tetris o con los cubiletes. Esto, después de haber acuñado burocráticas cantidades de papeles en formato A4.
Su área, en las matemáticas, es A=L². En la sociedad no tiene sitio ni perímetro fijos.
Multifuncional. Habita, sin apuros, en la taquilla de una terminal. Atrincherado en su viciado buró. Obstinado, detrás del mostrador en aquella cafetería, precisa a sus clientes:
–Entonces, ¿por fin, qué van a consumir?
–Un espagueti napolitano y otro con jamón, por favor.
–Napolitanos no hay. Los que tenemos son con jamón.
–Está bien. Tráenos dos así. Luego yo me encargo de quitarle el jamón al mío.
–Ah, eso es otra cosa. De esa forma no hay lío.
Guarda su papelito, tamaño bolsillo, exhibe su sonrisa “giocóndica”.
El típico cuadrado tiene el don de la rectitud. Solo deja de tirar rectas duras, para lanzar una buena curva. Su repertorio es corto, pero efectivo. Un buen número han sido los ponchados.
Es de estos tipos que ven la vida en fotogramas. Su actitud parcelada le permite localizar trabas donde otros buscan soluciones. No necesita mucho espacio. Parado en una baldosa es capaz de hacerte caminar varios kilómetros por esa mancha azul-morada llamada cuño.
Por muy larga que lleves tu bermuda, aun rozándote los tobillos, no te dejará pasar a hacer una simple pregunta. El reglamento es así. Mitad regla y mitad lamento. Mejor no tropezárnoslo en su versión cubo. Si con una cara son difíciles, seis podrían dejarnos en un cuadro clínico delicado.
Esto me ha hecho mirar con mucho recelo la geometría toda mi vida. Antes de cada prueba me preguntaba qué daño le había hecho a los griegos para que mi cabeza se pusiera como un óvalo, diera vueltas en círculos y no triangulara una idea.
Eso sí, cuando tenga un hijo y le gusten más los teoremas que las reglas ortográficas, me encargaré de aconsejarlo sobre el mundo de las medidas, espacios y planos. Es traumático estar en el último ejercicio de la prueba, el profesor recordándote el tiempo para recoger y tú fajado con ese cuadrado sin hallarle solución.

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